martes, 12 de febrero de 2019


27 años en defensa de los derechos humanos
27 años en lucha: No han sido fáciles

                              Colectivo del CENIDH a inicios de los 90

Escribo con mis recuerdos influenciados por la emoción que irradian los casi 10 meses de resistencia iniciada por nuestra juventud quien, conectada con sus padres y abuelos activó, y de qué manera, un movimiento social que le arrebató las calles a la dictadura y sobre todo los espacios nublados de nuestras conciencias para alcanzar el sueño legítimo del Basta ya de dictadura, Basta ya de crímenes, corrupción e impunidad, Basta ya de ignominia, Basta ya de pueblo sin memoria y sí, artífice de la historia.

A propósito de la memoria e historia, dedico la presente a las generaciones que en diferentes circunstancias han dado muestra de heroísmo y dignidad, especialmente a la generación que desde el 18 de abril de 2018, estremeció a todo un pueblo, cuestionando la esencia de las estructuras tenebrosas que representan a la actual dinastía en el poder.

El sacrificio de nuestros jóvenes y niños no será en vano, la opresión será derrotada definitivamente por la extraordinaria rebelión cívica. No existe otra opción, es de derecho y nuestro pueblo lo merece. El crimen y la infamia no tienen derecho a ser gobierno.

Hace 27 años (casi la mitad de mi vida), inicié mi experiencia con una pasantía y meses después, en octubre de 1992, como defensor permanente de los derechos humanos de la gente, de todos los colores,  víctimas del abuso de poder de todos los tiempos, en todos los gobiernos.

Recuerdo que cuando comencé por estos caminos, más de un compañero de promoción me dijo que no tendría futuro, me moriría de hambre, comparando a los ingresos que puede alcanzar un servicio privado, en una firma de abogados (somos como 30 mil). Ahora, 27 años después, aterrizo, recuento y me digo que no me morí de hambre ni tampoco hice dinero, pero qué enriquecido me siento de dignidad aprendida y en comunión con el pueblo.

Echando una mirada del tiempo recorrido, concluyo con la convicción y orgullo de que no me equivoqué de carrera, mucho menos de la decisión de ser un defensor de derechos humanos y poner mis conocimientos al servicio de nuestro pueblo, el que me ha enriquecido con su dignidad y heroísmo.

Sinceramente ninguna universidad, per se, enseña eso, aunque debo recordar a una de mis grandes inspiraciones, el Padre César Jerez SJ, quien fuera Rector de la UCA y con el cual logré cultivar una excelente relación. Su humanismo, como un intelectual comprometido con los más desposeídos constituyó ese factor de motivación, no en vano, el Padre Jerez fue fundador del CENIDH.

Para nada ha sido fácil, menos en esta época en la que la represión y la persecución política constituye el peor de los escenarios para ser defensor o defensora de derechos humanos. Las masacres contra el pueblo, el despojo de la mayoría de nuestros derechos, la destrucción del orden constitucional, las cárceles llenas de presos y presas políticas, la tortura, la desaparición forzada, el exilio, el asalto al CENIDH y a todas las organizaciones, la cacería contra toda expresión al periodismo independiente constituyen una evidencia de la brutalidad y calaña que nos desgobierna. 

Mi activismo social, como dirigente estudiantil en la UCA me ayudó a incursionar en el activismo de ese gran movimiento en que se fue convirtiendo la promoción y defensa de los derechos humanos, con el significativo rol y aporte del CENIDH. Era 1992, estábamos en medio de un convulsionado país en transición. Fue la época del fin de la guerra de los 80 hacia un proceso de pacificación, con violencia, pasadas de cuentas y violaciones de  derechos humanos. 

Ahora que procuro resumir las ideas y experiencias, no puedo dejar de recordar aquellos años relacionados a ese contexto de transición, por cierto duros y  dolorosos: Me refiero a los rearmados, los Re-compas (ex militares), los Re-contras (la resistencia nicaragüense) y como después la realidad y los problemas comunes los juntaron, se llamaron también Revueltos, a los que en general todos los gobiernos y partidos les llenaron de promesas para engrosar sus filas, especialmente en tiempos de campaña.

Como la guerra había recién concluido, las acciones respondían a esa lógica de resolver las contradicciones con la violencia armada, expresada en tomas, asaltos, secuestros, huelgas, tranques en las carreteras, etc. Es por eso que, en los primeros años de la etapa de transición de la guerra a la paz, el sonido de los fusiles no desapareció aunque oficialmente se declaró el fin de la guerra entre nicaragüenses.

Se dice fácil, pero ese tiempo le traqueteó, no obstante, la brutalidad de los crímenes de Estado que sufre actualmente el pueblo de Nicaragua, es de magnitud terrorífica, sin pretender suavizar tiempo alguno, pues dolor es dolor. Es triste caer en la comparación de quién ha sido más malvado, criminal y nefasto. Hace más de 40 años se gritaba aquella consigna: Después de Somoza, cualquier cosa… Y ve qué terrible nos resultó la familia sustituta.

Al integrar el equipo de defensa y denuncia recuerdo que éramos un grupo pequeño, la mayoría aparecen en la imagen de arriba, imposible no recordar a mi colega y hermano de lucha Bayardo Izabá Soliz, quien se nos fue joven (falleció en julio de 2011) a ambos nos unió la causa (pertenecimos a la llamada generación de los 80), nos graduamos juntos en la UCA, donde defendimos el 6% e hicimos la pasantía en la misma etapa.

En diversas jornadas de esas intensas contradicciones, violencia y protestas de calle, ahí estuvimos bajo el liderazgo y la experiencia de la Dra. Vilma Núñez. Era el tiempo en que protestaban los que hoy hacen de verdugos contra nuestro pueblo, éstos que ahora apuestan al olvido y se ponen como mensajeros de la paz y que con fusiles de guerra masacraron a una ciudadanía desarmada.  

Obviamente, lo que hoy les comparto es apenas un resumen, a manera de ejemplos que ilustran y nos recuerdan hechos para que nuestra memoria no olvide. Dejo pues la observación y aclaración de que hay mucho por contar en casi 3 décadas.
               5 de mayo de 2006, protesta pro salarios. Imagen del Diario Hoy

En mayo de 2006, se realizó una protesta por demanda de mejores salarios, sus protagonistas fueron los médicos organizados en el Movimiento pro salarios. Sus acciones fueron beligerantes y la represión contra ellos no se hizo esperar, como defensores también corrimos riesgos.

El lema Derecho que no se defiende es Derecho que se pierde, fue tomado por la gente en lucha, lo gritan en muchos lugares y diría que es una de las expresiones de cómo la población se apropió de sus derechos y los defiende de manera impresionante en estos tiempos de crimen y dictadura.

Sí, son 27 años en una labor inolvidable por lo aprendido y por haberme convertido en un ciudadano de causas y compromisos, un sujeto para la lucha y al servicio de muchísima gente, de todo eso me siento orgulloso y cómo no estarlo después de haber compartido con muchísima gente, procurando aliviar su dolor y también satisfacción por estar al lado de los más desposeídos, a favor de las víctimas de los poderosos, como los actuales que han masacrado a los hijos del pueblo y que también han masacrado y siguen masacrando diversos derechos humanos, fundamentales. 

No ha sido fácil estar bajo la presión de los gases lacrimógenos, bajo el fuego cruzado de morteros y balas, bajo la intimidación, la amenaza y la descalificación, en esas circunstancias peligrosas hemos defendido los derechos de todos y todas. Como lo compartí en una entrevista reciente con La Prensa, nunca había llorado tanto como en estos meses. Imposible ser indiferente, menos neutrales. La neutralidad provoca infartos.

Cómo no iba a llorar frente al dolor de las familias de los asesinados, de los gravemente heridos, de los detenidos, desaparecidos, torturados y de los presos y presas políticas… Recuerdo, y no hay manera de olvidarlo el sonido de las balas, tiro a tiro y en ráfagas disparadas contra los atrincherados en la UNAN, los mismos truenos que aterrorizaron en ciudades enteras como Masaya, Carazo, León, Chinandega, Estelí, Matagalpa, Jinotega y los barrios orientales de Managua, entre tanto lugares.

Desde la noche del 18 de abril, cuando inició la actual rebelión, tuve la oportunidad de hacerle un llamado al mando de la tropa de antimotines que reprimió a los jóvenes perseguidos y golpeados en la rotonda Jean Paul Genie.

El jefe policial hizo caso omiso al señalamiento de que la Constitución lo obligaba respetar el derecho de manifestación y a proteger a los jóvenes que minutos después fueron brutalmente agredidos por las fuerzas de choque uniformadas por el partido familiar. Ese día, el rumbo del país empezó a cambiar para siempre, sin tener conciencia del estado de terror y terrorismo de Estado que vendría.

Desde el 19 de abril comenzaron a matar a los hijos del pueblo: Entre las primeras víctimas, Alvarito Conrado, Richard Pavón, Ángel Gahona, Álvaro Gómez. Desde entonces, hasta el mes de julio, casi todos los días, las fuerzas represivas violentaron el derecho a la vida, al extremo de más de 300 personas asesinadas.

Crímenes de Estado, fusiles de guerra contra personas desarmadas, con tiradoras o morteros, gente armada en las trincheras y en la protesta fueron expresiones aisladas; la proporción de los daños, heridos y muertos son una incuestionable evidencia. Por eso es que, órganos expertos, concluyeron en que hubo la comisión de crímenes de lesa humanidad, los que no prescriben y quedarán para siempre en la memoria de nuestro pueblo.

En mayo, con un equipo de colegas del CENIDH, nos sumamos a la caravana que miles de ciudadanos de Managua y otras comunidades, realizamos en solidaridad con los Masaya y el heroico Monimbó, asediados y sometidos por el fuego de la brutal represión estatal. Fue impresionante constatar cómo su población estaba desbordada, ya abundaban las barricadas, como recuerdo de lo que fue Monimbó insurrecta 40 años atrás.

Para esa fecha ya habían matado a ciudadanos desarmados. No obstante, lo peor apenas comenzaba. La historia de esa resistencia y el heroísmo de su gente están documentada, debemos conocerla y nunca olvidar. Los asesinados, heridos y desaparecidos, los presos y presas políticas de esa y todas las ciudades, merecen que obremos en consecuencia. El testimonio, el llanto y la lucha de sus familiares nos lo recuerdan permanentemente.

El 30 de mayo, masacraron en diversas ciudades, como venganza y castigo por parte de una dictadura que desde el 18 de abril se vio perdida. En Managua, presencié tres estampidas, me sentí una hormiguita tratando de llamar a la calma y que la multitud no sufriera daños. La gente corría por diversos lados especialmente hacia la UCA, donde miles ingresaron, gracias a que las autoridades estaban atentas a brindar refugio, como en efecto lo hicieron.

Recuerdo que cerca de la UNI miré a Ricardo Baltodano (preso político desde septiembre), incrédulo sobre lo que estaba pasando, es que con semejante marcha se creía que la dictadura había quedado paralizada al saber que la población le había enviado un mensaje firme y en voz alta. Cuando miré a los médicos Ricardo Pineda y Carlos Duarte, salimos de toda duda, ambos me dijeron que ya habían atendido heridos, a lo inmediato las ráfagas superaron cualquier duda, el terrorismo de Estado era una realidad.   

Las ambulancias sonaron en cantidad, los heridos eran evacuados en motocicletas, los impactos fueron mortales, disparados por los escuadrones de la muerte, el nuevo Estadio de béisbol fue ocupado por esos criminales, con la complicidad activa de los cuerpos armados, destinados a proteger a la población, mandato constitucional absolutamente manoseado a favor del poder tiránico concentrado por una familia.

Como si fuera poco, las masacres y crímenes de lesa humanidad continuaron, los asesinatos no pararon, el dolor y el terror lo sintieron en todo el país. El sábado 16 de junio, mientras la dictadura hablaba de dialogar, sus fuerzas tenebrosas no paraban de matar. En el barrio Karlos Marx de Managua, quemaron una casa de varios pisos, seis miembros de la misma familia fueron asesinados, el fuego los devoró,  dos niños entre ellos, familiares y muchos vecinos, más cámaras de videos quedaron como evidencia de quiénes fueron los criminales.

El sábado 23 de junio, siguieron matando en el marco de las operaciones limpiezas, en los barrios orientales de Managua las fuerzas represivas con los escuadrones de la muerte limpiaron las calles, matando a quien les saliera en el camino, de esa forma, en Las Américas 1, asesinaron al niño Teyler Lorío de tan solo 14 meses, quien iba en brazos de su padre.

El crimen y la cobardía demostraban una vez más que no tenían límites, porque igual como masacraron el 30 de mayo, día de las madres nicaragüenses, el 23 de junio se celebra el día del padre.

Ahora que escribo, desde un impensable exilio, trato de no quebrarme por las emociones y el recuerdo de cantidades de voces que se comunicaron conmigo por las redes sociales y la forma convencional del celular, eran las 10, las 12 de la noche, o en la madrugada y también de día, voces con el corazón desbordado por el terror de las balas asesinas y que me comunicaban desde diferentes lugares del país:

Gonzalo, Doctor (aunque no soy tal), nos están disparando, ahí vienen, cómo hacemos para que no nos ataquen, para que no nos maten… Era raro que no me quebrara ese aviso, cada llamada y lo peor era la impotencia, limitarse a recomendar que se agacharan, tirarse al piso, era el sonido del terror del que pocas ciudades se salvaron.

Cuando esos ataques eran de noche, cuando recibía el aviso, cuando el celular sonaba o vibraba, con mi esposa compartía de común el dolor de ese tiempo de terror. Cuando atacaban a los de la UNAN recuerdo que decía, los están matando.

En el ataque final del 13 de julio, no me pude contener y dije no me quedo acostado, no había cómo conciliar el sueño, salí con la mente puesta en esa chavalada valiente y digna, me sumé a la caravana que recorrió las calles, algunos barrios orientales donde la gente azul y blanco sacó sus bandera y sus pitos, las infaltables y ruidosas vuvuzelas.

La caravana se hizo grande, para ser de noche y considerando a dónde íbamos, llegamos al sector del Club Terraza, los policías con sus fusiles de guerra apuntándonos, tenían cruzadas sus patrullas para que no llegáramos hasta la parroquia, mientras los escuadrones de la muerte, llamados de múltiples formas por la tiranía, mataban impunemente, acribillando cuerpos y dejando centenares de impactos de sus balas asesinas, en las paredes de la parroquia, como señal de que están lejos de su proclamado cristianismo.       

Incontables fueron las marchas, plantones y diversas expresiones cívicas en las que participé, con mis colegas del CENIDH y en familia, en las pequeñas y en las multitudinarias, en varias de ellas la dictadura hizo sentir el terror que le ha caracterizado en todos estos meses. Represión y persecución hasta no dejar marchar a punta de los fusiles de guerra con los que se impusieron los encapuchados acompañados por la policía política, guardianes de la dictadura.

Recuerdo también una de las últimas marchas bajo la persecución y la intimidación de los fusiles, cuando mataron al niño Mat Romero, el sábado 23 de septiembre, en las Américas 3, una semana antes de que inconstitucionalmente prohibieran las marchas. Ese día, sentimos el impacto de los gases y quedamos bajo la influencia de las balas asesinas, cómo olvidar al niño a quien vimos, cuando lo llevaban herido mortalmente.

En los primeros días de noviembre, con mis colegas del CENIDH, hicimos presencia en la entrada de los juzgados de Managua, donde el poder judicial cumple la misión de fusilar a los presos y presas políticas, a los que condena sin respetar ninguna garantía que permita considerar la existencia de un legal y debido proceso. Ese lugar es una extensión partidaria de la infamia, donde la justicia no pasa de ser una palabra y cuyos jueces conocen de derecho pero sus sentencias obedecen a las órdenes de la dictadura.   
         En el edificio de fusilamiento judicial. 6 de noviembre, Imagen de cortesía

Recuerdo que estuvimos con varios familiares de los presos y unas conocidas defensoras de derechos humanos que no cesan en su labor incansable de acompañar a las víctimas. La represión no se hizo esperar, fuimos rodeados por un centenar de antimotines, nos amenazaron con llevarnos al chipote, oímos que daban esa orden, no lo hicieron aunque se nos robaron la manta con mensaje a la dictadura Ortegamurillo: Libertad para todos los presos y presas políticas.

Por eso, el 12 de diciembre de 2018, la dictadura nos pasó la cuenta, cancelando arbitrariamente la organización defensora de derechos humanos que en casi  tres décadas se ganó el cariño de la gente, acumulando un prestigio que solo se gana con una práctica de compromiso por Nicaragua.

Por eso asaltaron al CENIDH porque igual que nuestro pueblo en resistencia, no nos vendimos ni nos rendimos. No pudieron comprar nuestras conciencias, no nos doblegaron porque nunca estuvimos al servicio del poder que viola los derechos humanos.

Eso me llena de orgullo. Aunque me dolió cuando nos asaltaron y se robaron todo lo que tenía la organización al servicio de la gente, a saber dónde tienen todos los bienes, por la costumbre que les caracteriza nos imaginamos a los beneficiaros que disfrutan de su carnaval con todo lo mal habido. Supongo que no pueden dormir tranquilos con tanto dinero y riquezas manchadas de sangre.

En fin, hemos defendido los derechos y los seguiremos haciendo. Nunca hemos sido neutros porque en la defensa de los derechos humanos no existe la neutralidad. Que gran honor es servir a tanta gente, la inmensa mayoría carente de recursos económicos.

Después de 27 años difíciles, la gente de Nicaragua sabe más de sus derechos humanos y sobre todo, los defiende cada día mejor, aunque las apariencias o el silencio oficial y de medios proyecten lo contrario. En esa popularización del conocimiento de los derechos y su defensa, el CENIDH es parte de la historia y es lo que los abusadores no nos perdonan.

Nunca me imaginé ni siquiera la idea de ser parte de un forzado exilio, ahora es una realidad, la dictadura nos expulsó de hecho, luego de que asaltó al CENIDH y confiscó derechos, hasta el elemental de poder residir en nuestra tierra.

En medio de todas las dificultades, aspiro  a seguir al lado de las víctimas, a pesar de lo que los poderosos digan y hagan. Así han sido mis 27 años, mi compromiso seguirá siendo Nicaragua, mi tierra que alcanzará su merecida y plena libertad, con justicia y democracia.