27 años en
defensa de los derechos humanos
27 años en lucha: No han sido fáciles
Colectivo del CENIDH a inicios de los 90
Escribo con mis recuerdos influenciados por la emoción que
irradian los casi 10 meses de resistencia iniciada por nuestra juventud quien,
conectada con sus padres y abuelos activó, y de qué manera, un movimiento
social que le arrebató las calles a la dictadura y sobre todo los espacios
nublados de nuestras conciencias para alcanzar el sueño legítimo del Basta ya
de dictadura, Basta ya de crímenes, corrupción e impunidad, Basta ya de
ignominia, Basta ya de pueblo sin memoria y sí, artífice de la historia.
A propósito de la memoria e historia, dedico la presente a
las generaciones que en diferentes circunstancias han dado muestra de heroísmo
y dignidad, especialmente a la generación que desde el 18 de abril de 2018,
estremeció a todo un pueblo, cuestionando la esencia de las estructuras
tenebrosas que representan a la actual dinastía en el poder.
El sacrificio de nuestros jóvenes y niños no será en vano, la
opresión será derrotada definitivamente por la extraordinaria rebelión cívica.
No existe otra opción, es de derecho y nuestro pueblo lo merece. El crimen y la
infamia no tienen derecho a ser gobierno.
Hace 27 años (casi la mitad de mi vida), inicié mi
experiencia con una pasantía y meses después, en octubre de 1992, como defensor
permanente de los derechos humanos de la gente, de todos los colores, víctimas del abuso de poder de todos los
tiempos, en todos los gobiernos.
Recuerdo que cuando comencé por
estos caminos, más de un compañero de promoción me dijo que no tendría futuro,
me moriría de hambre, comparando a los ingresos que puede alcanzar un servicio
privado, en una firma de abogados (somos como 30 mil). Ahora, 27 años después,
aterrizo, recuento y me digo que no me morí de hambre ni tampoco hice dinero,
pero qué enriquecido me siento de dignidad aprendida y en comunión con el
pueblo.
Echando una mirada del
tiempo recorrido, concluyo con la convicción y orgullo de que no me equivoqué
de carrera, mucho menos de la decisión de ser un defensor de derechos humanos y
poner mis conocimientos al servicio de nuestro pueblo, el que me ha enriquecido
con su dignidad y heroísmo.
Sinceramente ninguna universidad, per se, enseña eso, aunque
debo recordar a una de mis grandes inspiraciones, el Padre César Jerez SJ,
quien fuera Rector de la UCA y con el cual logré cultivar una excelente
relación. Su humanismo, como un intelectual comprometido con los más
desposeídos constituyó ese factor de motivación, no en vano, el Padre Jerez fue
fundador del CENIDH.
Para nada ha sido fácil, menos en esta época en la que la
represión y la persecución política constituye el peor de los escenarios para
ser defensor o defensora de derechos humanos. Las masacres contra el pueblo, el
despojo de la mayoría de nuestros derechos, la destrucción del orden
constitucional, las cárceles llenas de presos y presas políticas, la tortura,
la desaparición forzada, el exilio, el asalto al CENIDH y a todas las
organizaciones, la cacería contra toda expresión al periodismo independiente
constituyen una evidencia de la brutalidad y calaña que nos desgobierna.
Mi activismo social, como dirigente estudiantil en la UCA me
ayudó a incursionar en el activismo de ese gran movimiento en que se fue convirtiendo
la promoción y defensa de los derechos humanos, con el significativo rol y
aporte del CENIDH. Era 1992, estábamos en medio de un convulsionado país en
transición. Fue la época del fin de la guerra de los 80 hacia un proceso de
pacificación, con violencia, pasadas de cuentas y violaciones de derechos humanos.
Ahora que procuro resumir las ideas y experiencias, no puedo
dejar de recordar aquellos años relacionados a ese contexto de transición, por
cierto duros y dolorosos: Me refiero a los
rearmados, los Re-compas (ex militares), los Re-contras (la resistencia
nicaragüense) y como después la realidad y los problemas comunes los juntaron,
se llamaron también Revueltos, a los que en general todos los gobiernos y
partidos les llenaron de promesas para engrosar sus filas, especialmente en
tiempos de campaña.
Como la guerra había recién concluido, las acciones
respondían a esa lógica de resolver las contradicciones con la violencia
armada, expresada en tomas, asaltos, secuestros, huelgas, tranques en las
carreteras, etc. Es por eso que, en los primeros años de la etapa de transición
de la guerra a la paz, el sonido de los fusiles no desapareció aunque
oficialmente se declaró el fin de la guerra entre nicaragüenses.
Se dice fácil, pero ese tiempo le traqueteó, no obstante, la
brutalidad de los crímenes de Estado que sufre actualmente el pueblo de
Nicaragua, es de magnitud terrorífica, sin pretender suavizar tiempo alguno,
pues dolor es dolor. Es triste caer en la comparación de quién ha sido más malvado,
criminal y nefasto. Hace más de 40 años se gritaba aquella consigna: Después de
Somoza, cualquier cosa… Y ve qué terrible nos resultó la familia sustituta.
Al integrar el equipo de defensa y denuncia recuerdo que
éramos un grupo pequeño, la mayoría aparecen en la imagen de arriba, imposible
no recordar a mi colega y hermano de lucha Bayardo Izabá Soliz, quien se nos
fue joven (falleció en julio de 2011) a ambos nos unió la causa (pertenecimos a
la llamada generación de los 80), nos graduamos juntos en la UCA, donde
defendimos el 6% e hicimos la pasantía en la misma etapa.
En diversas jornadas de esas intensas contradicciones,
violencia y protestas de calle, ahí estuvimos bajo el liderazgo y la
experiencia de la Dra. Vilma Núñez. Era el tiempo en que protestaban los que
hoy hacen de verdugos contra nuestro pueblo, éstos que ahora apuestan al olvido
y se ponen como mensajeros de la paz y que con fusiles de guerra masacraron a
una ciudadanía desarmada.
Obviamente, lo que hoy les comparto es apenas un resumen, a
manera de ejemplos que ilustran y nos recuerdan hechos para que nuestra memoria
no olvide. Dejo pues la observación y aclaración de que hay mucho por contar en
casi 3 décadas.
5 de mayo de 2006, protesta pro salarios. Imagen del Diario Hoy
En mayo de 2006, se realizó una protesta por demanda de
mejores salarios, sus protagonistas fueron los médicos organizados en el
Movimiento pro salarios. Sus acciones fueron beligerantes y la represión contra
ellos no se hizo esperar, como defensores también corrimos riesgos.
El lema Derecho que no se defiende es Derecho que se pierde,
fue tomado por la gente en lucha, lo gritan en muchos lugares y diría que es
una de las expresiones de cómo la población se apropió de sus derechos y los
defiende de manera impresionante en estos tiempos de crimen y dictadura.
Sí, son 27 años en una labor inolvidable por lo aprendido y
por haberme convertido en un ciudadano de causas y compromisos, un sujeto para
la lucha y al servicio de muchísima gente, de todo eso me siento orgulloso y
cómo no estarlo después de haber compartido con muchísima gente, procurando
aliviar su dolor y también satisfacción por estar al lado de los más
desposeídos, a favor de las víctimas de los poderosos, como los actuales que
han masacrado a los hijos del pueblo y que también han masacrado y siguen
masacrando diversos derechos humanos, fundamentales.
No ha sido fácil estar bajo la presión de los gases
lacrimógenos, bajo el fuego cruzado de morteros y balas, bajo la intimidación,
la amenaza y la descalificación, en esas circunstancias peligrosas hemos
defendido los derechos de todos y todas. Como lo compartí en una
entrevista reciente con La Prensa, nunca había llorado tanto como en estos
meses. Imposible ser indiferente, menos neutrales. La neutralidad provoca
infartos.
Cómo no iba a llorar frente al dolor de las familias de los
asesinados, de los gravemente heridos, de los detenidos, desaparecidos,
torturados y de los presos y presas políticas… Recuerdo, y no hay manera de
olvidarlo el sonido de las balas, tiro a tiro y en ráfagas disparadas contra
los atrincherados en la UNAN, los mismos truenos que aterrorizaron en ciudades
enteras como Masaya, Carazo, León, Chinandega, Estelí, Matagalpa, Jinotega y
los barrios orientales de Managua, entre tanto lugares.
Desde la noche del 18 de abril, cuando inició la actual
rebelión, tuve la oportunidad de hacerle un llamado al mando de la tropa de
antimotines que reprimió a los jóvenes perseguidos y golpeados en la rotonda
Jean Paul Genie.
El jefe policial hizo caso omiso al señalamiento de que la
Constitución lo obligaba respetar el derecho de manifestación y a proteger a
los jóvenes que minutos después fueron brutalmente agredidos por las fuerzas de
choque uniformadas por el partido familiar. Ese día, el rumbo del país empezó a
cambiar para siempre, sin tener conciencia del estado de terror y terrorismo de
Estado que vendría.
Desde el 19 de abril comenzaron a matar a los hijos del
pueblo: Entre las primeras víctimas, Alvarito Conrado, Richard Pavón, Ángel
Gahona, Álvaro Gómez. Desde entonces, hasta el mes de julio, casi todos los
días, las fuerzas represivas violentaron el derecho a la vida, al extremo de
más de 300 personas asesinadas.
Crímenes de Estado, fusiles de guerra contra personas
desarmadas, con tiradoras o morteros, gente armada en las trincheras y en la protesta
fueron expresiones aisladas; la proporción de los daños, heridos y muertos son
una incuestionable evidencia. Por eso es que, órganos expertos, concluyeron en
que hubo la comisión de crímenes de lesa humanidad, los que no prescriben y quedarán
para siempre en la memoria de nuestro pueblo.
En mayo, con un equipo de colegas del CENIDH, nos sumamos a
la caravana que miles de ciudadanos de Managua y otras comunidades, realizamos
en solidaridad con los Masaya y el heroico Monimbó, asediados y sometidos por
el fuego de la brutal represión estatal. Fue impresionante constatar cómo su
población estaba desbordada, ya abundaban las barricadas, como recuerdo de lo
que fue Monimbó insurrecta 40 años atrás.
Para esa fecha ya habían matado a ciudadanos desarmados. No
obstante, lo peor apenas comenzaba. La historia de esa resistencia y el
heroísmo de su gente están documentada, debemos conocerla y nunca olvidar. Los
asesinados, heridos y desaparecidos, los presos y presas políticas de esa y
todas las ciudades, merecen que obremos en consecuencia. El testimonio, el
llanto y la lucha de sus familiares nos lo recuerdan permanentemente.
El 30 de mayo, masacraron en diversas ciudades, como venganza
y castigo por parte de una dictadura que desde el 18 de abril se vio perdida. En
Managua, presencié tres estampidas, me sentí una hormiguita tratando de llamar
a la calma y que la multitud no sufriera daños. La gente corría por diversos
lados especialmente hacia la UCA, donde miles ingresaron, gracias a que las
autoridades estaban atentas a brindar refugio, como en efecto lo hicieron.
Recuerdo que cerca de la UNI miré a Ricardo Baltodano (preso
político desde septiembre), incrédulo sobre lo que estaba pasando, es que con
semejante marcha se creía que la dictadura había quedado paralizada al saber
que la población le había enviado un mensaje firme y en voz alta. Cuando miré a
los médicos Ricardo Pineda y Carlos Duarte, salimos de toda duda, ambos me
dijeron que ya habían atendido heridos, a lo inmediato las ráfagas superaron
cualquier duda, el terrorismo de Estado era una realidad.
Las ambulancias sonaron en cantidad, los heridos eran
evacuados en motocicletas, los impactos fueron mortales, disparados por los
escuadrones de la muerte, el nuevo Estadio de béisbol fue ocupado por esos
criminales, con la complicidad activa de los cuerpos armados, destinados a
proteger a la población, mandato constitucional absolutamente manoseado a favor
del poder tiránico concentrado por una familia.
Como si fuera poco, las masacres y crímenes de lesa humanidad
continuaron, los asesinatos no pararon, el dolor y el terror lo sintieron en
todo el país. El sábado 16 de junio, mientras la dictadura hablaba de dialogar,
sus fuerzas tenebrosas no paraban de matar. En el barrio Karlos Marx de Managua,
quemaron una casa de varios pisos, seis miembros de la misma familia fueron
asesinados, el fuego los devoró, dos
niños entre ellos, familiares y muchos vecinos, más cámaras de videos quedaron
como evidencia de quiénes fueron los criminales.
El sábado 23 de junio, siguieron matando en el marco de las
operaciones limpiezas, en los barrios orientales de Managua las fuerzas
represivas con los escuadrones de la muerte limpiaron las calles, matando a
quien les saliera en el camino, de esa forma, en Las Américas 1, asesinaron al
niño Teyler Lorío de tan solo 14 meses, quien iba en brazos de su padre.
El crimen y la cobardía demostraban una vez más que no tenían
límites, porque igual como masacraron el 30 de mayo, día de las madres nicaragüenses,
el 23 de junio se celebra el día del padre.
Ahora que escribo, desde un impensable exilio, trato de no
quebrarme por las emociones y el recuerdo de cantidades de voces que se
comunicaron conmigo por las redes sociales y la forma convencional del celular,
eran las 10, las 12 de la noche, o en la madrugada y también de día, voces con
el corazón desbordado por el terror de las balas asesinas y que me comunicaban
desde diferentes lugares del país:
Gonzalo, Doctor (aunque no soy tal), nos están disparando,
ahí vienen, cómo hacemos para que no nos ataquen, para que no nos maten… Era
raro que no me quebrara ese aviso, cada llamada y lo peor era la impotencia,
limitarse a recomendar que se agacharan, tirarse al piso, era el sonido del
terror del que pocas ciudades se salvaron.
Cuando esos ataques eran de noche, cuando recibía el aviso,
cuando el celular sonaba o vibraba, con mi esposa compartía de común el dolor
de ese tiempo de terror. Cuando atacaban a los de la UNAN recuerdo que decía,
los están matando.
En el ataque final del 13 de julio, no me pude contener y
dije no me quedo acostado, no había cómo conciliar el sueño, salí con la mente
puesta en esa chavalada valiente y digna, me sumé a la caravana que recorrió las
calles, algunos barrios orientales donde la gente azul y blanco sacó sus
bandera y sus pitos, las infaltables y ruidosas vuvuzelas.
La caravana se hizo grande, para ser de noche y considerando
a dónde íbamos, llegamos al sector del Club Terraza, los policías con sus
fusiles de guerra apuntándonos, tenían cruzadas sus patrullas para que no llegáramos
hasta la parroquia, mientras los escuadrones de la muerte, llamados de múltiples
formas por la tiranía, mataban impunemente, acribillando cuerpos y dejando
centenares de impactos de sus balas asesinas, en las paredes de la parroquia,
como señal de que están lejos de su proclamado cristianismo.
Incontables fueron las marchas, plantones y diversas expresiones
cívicas en las que participé, con mis colegas del CENIDH y en familia, en las
pequeñas y en las multitudinarias, en varias de ellas la dictadura hizo sentir
el terror que le ha caracterizado en todos estos meses. Represión y persecución
hasta no dejar marchar a punta de los fusiles de guerra con los que se
impusieron los encapuchados acompañados por la policía política, guardianes de
la dictadura.
Recuerdo también una de las últimas marchas bajo la
persecución y la intimidación de los fusiles, cuando mataron al niño Mat
Romero, el sábado 23 de septiembre, en las Américas 3, una semana antes de que
inconstitucionalmente prohibieran las marchas. Ese día, sentimos el impacto de
los gases y quedamos bajo la influencia de las balas asesinas, cómo olvidar al
niño a quien vimos, cuando lo llevaban herido mortalmente.
En los primeros días de noviembre, con mis colegas del
CENIDH, hicimos presencia en la entrada de los juzgados de Managua, donde el
poder judicial cumple la misión de fusilar a los presos y presas políticas, a
los que condena sin respetar ninguna garantía que permita considerar la
existencia de un legal y debido proceso. Ese lugar es una extensión partidaria
de la infamia, donde la justicia no pasa de ser una palabra y cuyos jueces
conocen de derecho pero sus sentencias obedecen a las órdenes de la
dictadura.
En el edificio de fusilamiento judicial. 6 de noviembre, Imagen de cortesía
Recuerdo que estuvimos con varios familiares de los presos y
unas conocidas defensoras de derechos humanos que no cesan en su labor
incansable de acompañar a las víctimas. La represión no se hizo esperar, fuimos
rodeados por un centenar de antimotines, nos amenazaron con llevarnos al
chipote, oímos que daban esa orden, no lo hicieron aunque se nos robaron la
manta con mensaje a la dictadura Ortegamurillo: Libertad para todos los presos
y presas políticas.
Por eso, el 12 de diciembre de 2018, la dictadura nos pasó la
cuenta, cancelando arbitrariamente la organización defensora de derechos
humanos que en casi tres décadas se ganó
el cariño de la gente, acumulando un prestigio que solo se gana con una
práctica de compromiso por Nicaragua.
Por eso asaltaron al CENIDH porque igual que nuestro pueblo
en resistencia, no nos vendimos ni nos rendimos. No pudieron comprar nuestras
conciencias, no nos doblegaron porque nunca estuvimos al servicio del poder que
viola los derechos humanos.
Eso me llena de orgullo. Aunque me dolió cuando nos asaltaron
y se robaron todo lo que tenía la organización al servicio de la gente, a saber
dónde tienen todos los bienes, por la costumbre que les caracteriza nos imaginamos
a los beneficiaros que disfrutan de su carnaval con todo lo mal habido. Supongo
que no pueden dormir tranquilos con tanto dinero y riquezas manchadas de
sangre.
En fin, hemos defendido los derechos y los seguiremos
haciendo. Nunca hemos sido neutros porque en la defensa de los derechos humanos
no existe la neutralidad. Que gran honor es servir a tanta gente, la inmensa
mayoría carente de recursos económicos.
Después de 27 años difíciles, la gente de Nicaragua sabe más
de sus derechos humanos y sobre todo, los defiende cada día mejor, aunque las
apariencias o el silencio oficial y de medios proyecten lo contrario. En esa
popularización del conocimiento de los derechos y su defensa, el CENIDH es
parte de la historia y es lo que los abusadores no nos perdonan.
Nunca me imaginé ni siquiera la idea de ser parte de un
forzado exilio, ahora es una realidad, la dictadura nos expulsó de hecho, luego
de que asaltó al CENIDH y confiscó derechos, hasta el elemental de poder
residir en nuestra tierra.
En medio de todas las dificultades, aspiro a seguir al lado de las víctimas, a pesar de
lo que los poderosos digan y hagan. Así han sido mis 27 años, mi compromiso
seguirá siendo Nicaragua, mi tierra que alcanzará su merecida y plena libertad,
con justicia y democracia.