A nuestro hermano Egberto
Carrión Maradiaga
A 5 años de su partida
Celebrando los 80 de la mamita Mercedes, con Egberto y la marimba de hermanos
Le llamábamos Eberto sin la G, tuvo
el mismo nombre de nuestro padre, que también partió ya hace 18 años. El corazón
de nuestro hermano se detuvo en la media noche de un día como hoy, hace 5 años.
No obstante, quiero ser consecuente en recordar más aspectos de tu vida que fue
intensa y de la que alcanzaste casi los 60 diciembre.
Naciste en Telica, pequeño
poblado y municipio de León; con mis hermanos mayores formaste el grupo de los
teliqueños. En general todos crecimos en la ciudad de León. Recuerdo que cuando
niño, empezaba mi primaria, vos y nuestra hermana Mercedes trabajaban en el
matadero de cerdos, conocido como El Rastro ubicado a media cuadra de nuestra
casa, adonde me llevaron a trabajar, eras mi principal tutor, sin dejar de
hacer tu labor diaria, me enseñaste lo que se podía de ese oficio nocturno.
Ahí estábamos trabajando juntos
cuando oímos el pi ri pi pí de última hora que dio cuenta del terremoto de
Managua de diciembre de 1972, yo estaba por cumplir los 12 años y vos rondabas
los 21. De ese diciembre tengo en mi memoria tu boda, en esa ocasión tus
hermanos Oscar, Roger y yo dimos la primera comunión. Con tu matrimonio
nacieron Patricia y Jesenia, quienes muchos años después te hicieron abuelo.
A propósito del Rastro y de los
chanchos, recuerdo que vivíamos donde Doña Canducha frente a nuestra posterior
casa en León, de repente gritaste ahí viene un camión… Cargado de chanchos, al
asomarte hacia la calle que va al Rastro te fuiste de bruces, quebrándote un
brazo, gracias a tu deseo de arriar chanchos, era nuestra forma de
sobrevivencia.
En esa misma casa, estabas en la cumbre de un palo de mango, con mi papa
te señalábamos que cortaras un hermoso gajo con mangos maduros, vos que agarras
el gajo y la rama en que te apoyaste te trajo hasta abajo, con la suerte de que
no te salió cara la broma de estar en semejante altura, igual o más que la de
un poste de energía. Ah… Por supuesto que comimos mangos, después de superar el
susto y que habías salido con vida.
Seguramente por las influencias
de seguir los pasos de los hermanos mayores, siendo obrero de la construcción y
con 15 años de edad quise e intenté ser contador y me matriculé donde vos y
Milena, nuestra otra hermana mayor, se graduaron, ella de Secretaria Ejecutiva
y vos de Contador, aunque lo que más contábamos eran los clavos (problemas).
Éstos nunca amilanaron a la familia, pues siempre optamos por el trabajo y vos
destacaste por el empeño y generosidad.
Sí, como un hombre laborioso,
entregado y desinteresado te recuerdo, me atrevo a decir que de todos los
hermanos Carrión Maradiaga, fuiste el que mayor estatura alcanzó como hijo y
hermano, si de medir calidad se tratara, como decía nuestro viejo (padre) no
andabas con babosadas. Simplemente fuiste extraordinario, corazón es lo que más
te sobró y así lo demostraste con nuestra madre.
Dicen que los hechos hablan por
sí mismo… Vos fuiste bastante de eso: Hechos y de ¡qué calidad humana! Sin
negar lo bueno que son todos mis hermanos y hermanas, así te recuerdo Egberto,
como lo que fuiste, puro corazón. Para no dejar dudas y sí huellas de esos
recuerdos, varias de las casas de la familia (cuya prole es numerosa) tienen
impregnado el recuerdo de tus manos constructoras. ¡AH! Que no eras un angelito
o Jesús en persona…Cierto! Que me presenten uno y te desecho
Y cómo jodíamos, jugábamos y
peleamos allá en León, en nuestra última casa que por estado de necesidad hubo
que vender en el barrio El Laborío a donde pasamos nuestra niñez y los mayores
su juventud. Te recuerdo peleando a las tapas y pencazos con la Milena, cuando uno de los dos fue sonado con el batecito
de beisbol Nicaragua Amiga 72, después del chimbombazo solo se oyó cuando
dijiste: Agárrenme a la niña que me desmayo.
Así fueron esas extremas
discusiones y agarradas, ni vos ni Milena se dejaban y ya no recuerdo si Aníbal
nuestro hermano mayor los corregía ni cómo lo hacía, eso sí mi papa no era
jugando porque después que llegaba de sus jornadas diarias manejando ahí nomas
desquitando la asoleada con ustedes o con nosotros los más pequeños que también
dimos guerra.
La firmeza y las penqueadas de
entonces, era para que cuando grande no nos quedáramos sin la oportunidad que
nuestros padres no tuvieron, sin justificar lo que ahora es de permanente
debate desde la visión de derechos humanos. Haber sido una marimba de chavalos
e hijos de los mismos padres (por docena no fue tan barato), solo puedo
calificar que no fue jugando, en la balanza prevalece la bondad de nuestros
padres que vos heredaste, siendo un tipo y hermano de lo más auténtico.
Una anécdota más, en aquellos
tiempos de erupciones del volcán cerro negro, era de cajón subirse al tejado
para limpiarlo porque de lo contrario la arena botaba el techo. Estando en lo
más alto, estrenando un radio nuevecito, siempre teníamos algún motivo para
discutir y en esa ocasión vos querías escuchar una canción corta pulsos de
entonces y en la jaladera del radio, éste rodó por el tejado estrellándose en
el vehículo que recién parqueaba mi papa y para que seguir escribiendo… Otra de
las acostumbradas, pero el radio era de calidad porque tu canción seguía en
sintonía.
Te recuerdo ya en Managua, como
guerrillero urbano, cuyas acciones no compartías por lo delicado de las mismas.
Sabíamos o suponíamos que en algo andabas para lo cual te movías con unos jóvenes
vecinos, entre ellos el puco y Roberto López, último desaparecido por la
guardia en el mes de junio del 79, cuando estábamos en la insurrección final.
En aquella madrugada a inicios de
la insurrección, al amanecer vimos herido de una mano a aquel combatiente que
llamaban Laguna, con pistola en mano; y ya en la runga vos manejando un Jeep
que algún colaborador dispuso para el desplazamiento por el barrio en medio de las barricadas.
Cómo no recordarte de ese junio
heroico cuando en uno de los repliegüitos en la zona, la guardia se tomó o recuperó esos barrios orientales, vos
liderabas a una multitud que luego de apoyar a la muchachada se vio obligada a
huir porque la guardia desarrollaba aquellas terribles operaciones limpiezas.
Tengo en mi memoria aquel gesto
tuyo, muy humano, intercediendo para que un grupo de insurreccionados no
ejecutaran a un hombre que tacharon de oreja somocista, por muchos años lo ví
en diferentes lugares, su vida pudo haber sido segada, si no has actuado como
lo hiciste.
Recuerdo que unos días previos al
repliegue hacia Masaya hicimos juntos una posta (guardia) nocturna, fuimos a la
casa de nuestros padres y cuando regresábamos al punto un contacto tuyo te
informó que nos devolviéramos porque la gente se había ido la noche anterior
(después supimos que fue dicho Repliegue).
Un detalle tuyo que me parecía contradictorio,
fue que no te gustaba permanecer en las velas, aunque el muerto fuera de la
familia te causaba terror, lo increíble fue tu valentía de enfrentar tiempos
difíciles como la guerra, donde la vida la tuviste en permanente riesgo. Por
esa química rara es que no acudiste a tiempo a un hospital.
Pocos meses antes de tu partida
me visitaste en el trabajo y me expresaste que te sentías mal y te dije anda al
hospital y cuando fuiste ya era tarde, la enfermedad estaba en su fase terminal
y así te nos fuiste, en ese momento te acompañaban nuestras hermanas Lupe y
Milena.
Dicen que todos los hermanos y
hermanas nos parecemos bastante a vos. La cara de la Lupe, mi otra hermana
mayor me trae al recuerdo tu imagen. Hago extensivo el presente cariño a tus hijas Patricia, Jesenia y Sheyla, las tres tienen el rostro Carrión.
Así te recordamos hermano
Egberto. Y te querremos siempre adonde estés compartiendo con nuestros padres,
abuelos y tu sobrino Osmany Gonzalo.
Sin duda alguna fue un hombre valiente, atento con la mamita. Lo recordaremos siempre con mucho cariño.
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